Raymundo Pérez Romero
Las raíces o el mito de los orígenes

Entre los espectadores que se hallaban reunidos en la explanada de San Juan, había uno que parecía más inquieto que los demás y que, no pudiendo contenerse y esperar a que el buque fondeara, saltó a un bote y ordenó que le llevasen al Faraón, al que alcanzó frente al muelle de la Reserva.
Viendo acercarse al bote y al que lo ocupaba, el marino abandonó su puesto al lado del piloto y se apoyó, sombrero en mano, en el filarete del buque. Era un joven de unos dieciocho a veinte años, de elevada estatura, cuerpo bien proporcionado, hermoso cabello y ojos negros, observándose en toda su persona ese aire de calma y de resolución peculiares a los hombres avezados a luchar con los peligros desde su infancia.
Alejandro Dumas, El Conde de Montecristo

Es común que siempre se recuerden las historias contadas por los abuelos o gente grande con la que alguna vez tuvimos tiempo y deseo por conocer de otros lugares y personas, de saber qué tipo de aventuras dejaron huella entre el anecdotario de nuestros viejos, por ello siempre regresa uno a dejar de lado nuestro acontecer para recordar pasajes que han sido gratos a nuestro conocimiento.
En este sentido va este escrito de esta semana a poder valorar y revalorar los comentarios que han ocupado nuestra sabiduría del pasado y mediante ello dar un significado a lo que nosotros ahora vivimos y cuya relación con lo que se ha contado nos atrapa, por ejemplo, cómo no recordar las vivencias de los abuelos cuando nos contaban con lujo de detalles las aventuras de sus infancia, lo que disfrutaba comer, los juegos que lo divertían y sobre todo de aquellas travesuras que le gustaban hacer y de las cosas que le daban miedo, todo ese sinfín de incidentes nos van moldeando sin quererlo.
Todas las pláticas van de manera consciente e inconsciente grabándose en nuestra mente y haciendo que no repitamos las cosas negativas, reproduciendo una y otra vez las travesuras y temblando cada que recordamos los espantos de otras cuando las hacemos parte de nuestro entronco imaginario y se vuelven ya una historia repetida en otros momentos y en otros ambientes.
Dice el dicho trillado que “recordar es vivir”, y en cierta manera tiene razón al asentar que cualquier vivencia de nuestros padres, hermanos, y familiares cercanos nos forman al enseñarnos lo que está bien hacer y repetir como lo que está malo y es algo que corrompe nuestra confianza por lo que tomamos imágenes de lo que vemos y le damos un significado con lo que ya se nos ha presentado para valorarlo y copiarlo o de plano, hacerlo a un lado.
La búsqueda de un sentido a nuestro cosmovisión de un mundo que se abre cada día ante nuestros ojos busca de alguna manera eliminar ese sentido de incertidumbre que invade nuestro quehacer cotidiano y en algunos casos confunde el accionar de lo que pensamos y queremos llevándonos por senderos nuevos que nadie ha cruzado y se vuelven vivencias que al igual que generaciones pasadas volverán a ser parte del anecdotario que uno repetirá a las generaciones venideras y que darán otro significado de qué hacer ante una circunstancia presente.
Pasa muy frecuentemente que el tiempo avasallador, en su constante movimiento hacia el futuro, nos libera de repensar en lo que hacemos y ese hacer de dónde proviene, en términos llanos, no nos cuestionamos del origen de lo que está pasando, y entiéndase ese gerundio como algo que no terminará en el presente pero que partió de algo y eso es lo que perdemos de vista, sino entendemos ese acontecer poco podemos valorar de dónde estamos parados y hacia dónde nos llevará.
De regreso a lo que nos toca, recuerdo mucho las pláticas de mis abuelos cuando me decían con gran regocijo cómo se divertían en las aguas del río Zahuapan y de cómo llegaron a encontrar entre sus recodos la vida de pequeños peces, ranas y otros animales que se hallaban en su entorno, esos recuerdos de algo que ya se había ido, no en el sentido de su infancia, sino más bien de la contaminación hecha al afluente emblemático de la ciudad capital y de cómo este había cambiado todo el entorno de algo que seguramente lo veían así, algo bonito que quedó en el ayer y que será paso de las anécdotas de otros tiempos que no disfrutarán de mojarse en su interior o de tan sólo calmar su ansiedad viendo el paso del río y todo lo que lo rodeaba, las aves, el sonido de los árboles, del oleaje y otras cosas que se veían en aquel entonces.
Recuerdos como este nos hablan de cómo pasa el tiempo y de cómo se modifican muchas veces para mal los entornos y poco dejan que se vean magníficos con la ecología, se llevan más por cuestiones de corte económico que de la misma naturaleza, por ello esta entrega señalo lo bueno que sería hacer una parada en el camino y reconsiderar qué cosas son las dignas de cuidar y no dejar que sean alteradas por la mano del hombre y por otro lado qué cosas debieran regresar al tiempo en que originalmente estaban funcionando.

Nos leemos pronto, hasta luego.
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