*Bernardino Vazquez Mazatzi

Aborto, Iglesia y Estado

El tema del aborto ha sido, es y será siempre motivo de discusiones y hasta de conflictos entre la Iglesia y el Estado y también, será la conciencia atormentada y confundida del hombre en sus facetas de guía, moralista y predicador, gobernante o gobernado.

Desde mi particular y muy limitado punto de vista sobre el tema, cada cual debe asumir su papel y su responsabilidad sin endosarse culpas o pecados, mitos o penas, acciones u omisiones ni edén ni infiernos pues ambos tienen diferentes obligaciones y deberes que finalmente recaen en el mismo origen y destino: el pueblo, la sociedad o la civilización, tal y como la quieran concebir.

Entiendo que despenalizar el aborto, asunto apenas superficialmente tratado en Tlaxcala y con todo infortunio, no significa autorizarlo, no quiere decir que sea obligatorio y mucho menos que se pretenda sancionar a quien no lo quiera realizar. Creo que esta visión pretende sólo regular una práctica que, pecado o no, delito o no, bueno o malo, prohibido o tolerado, visible u oculto, de todos modos se lleva a cabo y, sin control, se vuelve un problema de salud pública, asunto éste competencia y responsabilidad del Estado.

Evadir esta responsabilidad lo debilita, hace a sus instituciones elefantes blancos, convierte a sus funcionarios de salarios elevados en estorbo y simplemente le quita su razón de ser. Al Estado tiene como obligación ineludible el velar por la salud y la vida de la población y no existen pretextos que lo excusen ni le son válidos argumentos para sugerir limitaciones o impedimentos que tengan como consecuencia su inactividad o falta de resultados; la vida y salud de las mujeres y de lo que engendren es su responsabilidad.

También creo que a la Iglesia le corresponde el impedir, desde la moral, los valores, la doctrina, pero sobre todos desde los ejemplos y hasta desde el temor al infierno y sus demonios, que las mujeres se embaracen ya sea por voluntad propia o por violación y que las presionen para evitar que conciban a un ser con alguna malformación para que así, no tengan que caer en la tentación del aborto. Sé que nadie está obligado a lo imposible y que el rebaño no tiene palabra de honor.

En este sentido, a la Iglesia le corresponde la parte aquella de prevenir en vez de remediar, la de no permitir el arrepentimiento sino la reflexión respecto a las consecuencias de un acto producto de la inmadurez, la ignorancia, los mitos, los temores e inmadurez y por encima de todo, por la falta del temor a Dios que se supone, permite o impide toda acción del hombre.

El aborto no es malo para ninguna mujer si no lo necesita, si no tiene por qué requerirlo, si no se enfrenta a una circunstancia que la obligue a ello como es la violación o la malformación del producto, circunstancias ambas ajenas a la voluntad de la Iglesia y el Estado.

Me parece que quien debe opinar y decidir sobre el tema es, definitivamente, la mujer, por ser ella la que concibe, la que sufre o disfruta un periodo de embarazo, la que en caso de dar a luz a un bebé con alguna discapacidad lo cuida y resiste su calvario y la que es abandonada por su pareja, casi siempre, cuando hay un pequeño con alguna malformación. Negarle ese derecho a la mujer es dudar de su madurez, de su inteligencia y libre albedrio pero sobre todo, es rechazar que en ella radica todo el poder y la perfección de la naturaleza que da vida.

El tema, claro, no es tan sencillo, no es simple, no tiene recetas médicas y no se entiende por decreto del poder civil y, por lo visto, tampoco es iluminado del todo por la luz de la Iglesia… o tal vez ambas instancias no lo han explicado de forma correcta, o quizá ambas se han hecho bolas o simplemente les viene valiendo nada o poco.

Aunque, claro, tanto a la Iglesia como al Estado el asunto del aborto los tiene en vigencia, en el centro de los reflectores, en el ojo del huracán y tratarlo de forma profunda o superficialmente les atrae ganancias en sus momentos más escuálidos.

*Escritor y Periodista