*Bernardino Vázquez Mazatzi

Hasta siempre, Gabo, hasta siempre

Si “Cien años de soledad” representa el triunfo de la imaginación sobre la realidad, “El amor en los tiempos del cólera” representa el triunfo del amor sobre el olvido y el paso de los años. Gabriel García Márquez, el hacedor de sueños, el inventor de otra forma de lenguaje, el creador de mundos, el fabricante de conciencias, con su adiós se hace inmortal y se traduce en parte la historia universal.

Escritor inconmensurable, hombre de tierra y de mirada infinita, creador de seres terrenales y celestes, posibilitador de sueños y realidades, el Gabo es un autor de lectura obligada y punto de partida en la literatura para todas las lenguas, naciones y generaciones. Nació señalado por el dedo supremo para ser de esos seres insustituibles y necesarios en este mundo a veces errático y a veces confundido.

Su obra suprema y su nombre luminoso jamás serán ajenos para el mundo y en especial para América Latina. Macondo, Remedios la bella, Aureliano Buendía, Florentino Ariza y Fermina Daza o La Cándida Eréndira por mencionar sólo algunos de sus personajes, no son ya sólo producto de una imaginación fecunda, sino seres traídos a este lado de la realidad para compañía de las almas ávidas de conocer los límites y alcances del hombre.

La herencia literaria del oriundo de Aracataca, Colombia, es tan basta y eterna como el destino de sus hombres y mujeres nacidos de la mente febril e inmensa de quien escribió alejado de la presuntuosidad de la academia impositiva y de los críticos ociosos y envidiosos por ignorantes. Porque precisamente en la honestidad y la pureza de sus ideas, en la sencillez y claridad de sus frases y conceptos radica la riqueza de su obra; quien quiera sobresalir en las letras, dijo, debe abandonarse a sus instintos y dejarse llevar por su imaginación, abandonando con donaire los rigores del lenguaje incomprendido e incomprensible.

Gabriel García Márquez tiene la misma grandeza de su humildad porque no se preocupó por la fama o la fortuna, ya que entendió que el autor debe trabajar en silencio y dejar que el éxito haga el ruido que le dé la gana. Y el resultado de su labor callada y persistente, de su genuina preocupación por la perfección narrativa y de su admirable capacidad de observación es su producción inmensa que lo llevó a obtener los más grandes premios que ser humano alguno haya conquistado.

Para un escritor no hay libros preferidos: a todos parió y todos son sus hijos vivos, ciertos  y vigorosos. Así es que toda su producción es obra cumbre. “Cien años de soledad” nos llevó a conocer el mundo fantástico que es capaz de inventar la imaginación; “El amor en los tiempos del cólera” nos llevó de la mano a conocer los sentimientos, rostros, anhelos y temores de los enamorados niños y amantes viejos que jamás se alejaron de la posibilidad y del destino para hacer realidad los sueños: el triunfo del amor sobre el tiempo.

Pero más allá del ejercicio imaginativo del Gabo, para algunos “intelectuales”, esencia de su obra, hay en su narrativa un retrato del poder, de la tiranía, de la dictadura y del abuso en obras como “El general en su laberinto” y en “El otoño del patriarca”, una suerte de retrato hablado de los gobiernos en cualquier tiempo y en cualquier lugar de América Latina y el Caribe que desnuda hasta los huesos a muchos mandatarios que hoy por hoy, se sienten ignominiosamente identificados con las aberraciones y la infamia.

Y el periodista no se sustrajo del material que aporta la realidad al escritor. Así fue como García Márquez produjo “Noticias de un secuestro” y “Crónica de una muerte anunciada”, textos que dibujan magistralmente la realidad de la Colombia de su tiempo como reportero. Ambas entregas noveladas retratan también qué es y cómo debe ser un periodista que se sienta y crea escritor y viceversa. No es fácil, pero sí posible. Los ejemplos surgen en todo el continente.

Tras el fallecimiento del premio Nobel de literatura muchos dirán que el hombre nos ha dejado. Nada más falso. Tras su transición existencial Gabriel García Márquez deja de ser productor de historias para convertirse en leyenda, en maestro insustituible y ejemplo de humildad y creatividad, de aquellos que surgen cada cien años en sitios tan remotos y diminutos como Aracataca o Macondo.

Ahora más que nunca este literato iluminado y luminoso será el mentor de las actuales y futuras generaciones pues no hay que negar que muchos se hacen escritores inspirados y acicateados por su obra, otros se perfeccionarán pues aspiran a cobijarse bajo su sombra y su aureola y otros muchos se dirán herederos de su secretos y su bendición para medrar con la abundancia de su producción.

El mejor homenaje que se le puede hacer a un gigante como el que ahora nos cede su obra incomparable es leerla. La mejor forma de conocerle como maestro es compartir su producción literaria e inducir a los jóvenes a conocerla, valorarla y entenderla; el motivo real que nos debe mover al mencionarlo es recordarlo, emularlo, admirarlo y acompañarlo en su tránsito hacia la inmortalidad mientras lo rodean las mariposas amarillas de Macondo.

*Escritor y Periodista