Todos los lunes de los últimos 30 años, Marina Berlusconi y su hermano Pier Silvio hablaron de negocios y política durante la cena con su padre y su entorno más cercano en su residencia de las afueras de Milán.
Esta semana no se celebró esa cena en Villa San Martino, una finca del siglo XVIII. En su lugar, a Marina, la mayor de los cinco hijos de Silvio Berlusconi, la despertó una llamada al amanecer de la última pareja de su padre, Marta Fascina, que le dijo que el tres veces primer ministro y magnate de los medios de comunicación estaba en sus últimas horas y que debía acudir rápido al hospital, de acuerdo con personas cercanas a la hija. Esa misma mañana lo declararon muerto.
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