La creencia de que algunos hombres gozan de protección sobrenatural —que es parte de la religión vudú— y evita que las armas los dañen, alimentó la insurrección de esclavos que, en 1791, desató en Haití la guerra de independencia contra Francia. Más de doscientos años después, en Puerto Príncipe, la capital, se comparten sin escepticismo estas historias, ahora de pandilleros que caminan por la calle con inmunidad ante las balas.
Hace cuatro meses, un alzamiento de las bandas armadas se arrojó sobre esta ciudad de un millón de habitantes, arrasó con miles de casas y comercios, comisarías de policía, el hospital general y dos cárceles, y forzó la renuncia del primer ministro Ariel Henry. El vudú ha sido una fuerza de liberación, sostiene el alto sacerdote Augustin Saint Clou, y puede volver a serlo para sacar a Haití de la crisis en la que se encuentra. Le pregunto a Saint Clou qué le diría a esos jóvenes, que entran a estos gangs sin temor a morir o resultar heridos, qué les diría sobre la invulnerabilidad.
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