En realidad sólo aquellos que han sido víctimas de tortura saben de lo que se trata. Y son pocos, muy pocos, los que luego de sufrirla se atreven a hablar de lo que significa. Y es que, dicen, la violencia en contra de sus cuerpos fue tal que muchas de las veces al volver en sí, suplicaron mejor los mataran. Luego, al paso del tiempo, simplemente prefieren olvidar, dejar que sea el karma, la justicia divina o una maldición la que haga pagar a los torturadores.

Quienes ejercen esa forma de violencia generalmente obedecen la consigna de alguien con poder dentro del sistema de gobierno, de alguien dentro del sistema de justicia o de plano de alguien que les paga para ensañarse en contra de una persona indefensa, sometida, rendida y ya débil a causa de golpizas previas.

La tortura entonces, es ordenada o cuando menos conocida por los altos mandos, o es tolerada y ocultada por ellos mismos. Pero de ninguna manera y en ningún momento es ignorada por el gobierno desde cualquiera de sus niveles y responsabilidades.

Los encargados de llevarla a cabo son generalmente agentes de la antes policía judicial, o como se llamen ahora; creo que les dicen agentes ministeriales o agentes de investigación. Aunque como ya lo hemos visto, también la ejecutan miembros de las fuerzas armadas y policías federales... pero no es importante quien la ejerza, el resultado ignominioso y vergonzoso es el mismo.

La tortura es la más clara señal de que en México y particularmente en Tlaxcala el sistema de justicia o el penal o el como se llame está podrido y que en términos generales carece de ciencia y conocimiento para desarrollarse. Las procuradurías detienen para investigar cuando en realidad debieran investigar para detener.

Al menos en Tlaxcala, la tortura es sinónimo de impunidad. No hay instancia, de ningún nivel, orden o poder que quiera conocer de esos casos y mucho menos representar o defender a las víctimas o sus familiares, aunque esté enterado de nombres, fechas, lugares... en esta materia, la defensa de los derechos humanos, las instituciones y quienes de ellas viven son una burla, una cruel broma y una esperanza fallida.

Los ofendidos sin embargo, quedan marcados de por vida. Ya sea que hayan sido detenidos por un delito o por una falta insignificante o ya sea que hubieran estado en el lugar y en el momento equivocados, tras una desgracia que representa el ser torturado queda la duda de la existencia de humanismo en las personas, de dignidad en los policías, de razón o motivos para vivir y hasta se resta certidumbre de la existencia de Dios por permitir tal aberración entre seres semejantes.

Porque, amable lector, usted y yo y muchos afortunadamente, no sabemos y ojalá y nunca lleguemos a saber en carne propia de lo que representa la tortura pues es, como ya dije, una eternidad en el infierno, la peor y más dolorosa de las experiencias, la más aberrante acción de un ser humano sobre otro y la muestra más clara de la estupidez del poder. Al torturado le arrancan confesiones de hechos inverosímiles y finalmente acaba firmando cuanto documento se le pone enfrente si con ello termina el sacrificio.

Y quien la lleva a cabo generalmente es alguien carente de toda forma de sensibilidad y humanismo, es quien no tiene entrañas ni profesa religión alguna, es alguien que se ha despojado de toda forma de compasión y amor. No piensa: sólo obedece; no pregunta: sólo actúa y entre más sanguinario y violento sea, mejor para quien quiera saber.

Ahora bien ¿la confesión arrancada por tortura es conocida por el Ministerio Público o por el juez? Sí, claro que sí; pero no le importa... no tiene por qué importarle: sólo le presentan la declaración firmada y ya. En realidad eso es jurídicamente, legalmente y razonablemente lo único que le importa para dictar sentencia a culpables e inocentes...

Casos de tortura conozco muchos, o algunos. Y de ellos, también algunos han tenido como resultado la sentencia de hasta 11 años en prisión a inocentes que tuvieron que firmar como culpables luego de hasta 6 días de tormento.

O, más bien, muchos conocemos casos pero, como siempre, como es una cruel costumbre, callamos, nos hacemos como que no pasa nada y así, nos volvemos cómplices...