Alberto Méndez Aguilar

Elección con marcha fúnebre

Una manifestación –una más- recorre céntricas calles. Los participantes reclaman al gobierno en turno. Gritan hirientes estribillos. En las banquetas, el público en general contempla el espectáculo y resiste las arengas: “Únanse, no se queden ahí parados; esto es como en 1910. . .”

La verídica escena ilustra uno de los tantos aspectos que caracterizan a nuestra actual circunstancia política y social. Hay un conjunto de ciudadanos que han emprendido la batalla cuesta arriba contra el mal gobierno y una masa que, agobiada en muchos sentidos por ese mismo gobierno, se resiste a pasar a la filas de la rebelión.

Si no fuera trágico sería fascinante este espectáculo de la sociología: cómo un gobierno se deteriora tan pronto y cómo la sociedad no atina a poner freno a tales desmanes; cómo se ponen en tensión todos los resortes del tinglado nacional y se vive al filo del precipicio.

Suena catastrofista, sin duda, pero esta es quizá una de las percepciones de los grupos que llevan meses encabezando el acoso al gobierno federal y cuyas protestas han subido de tono a partir de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, Guerrero.

A juzgar por sus acciones, los grupos radicales han olido sangre y se juegan su resto. Para ellos no es el caos el que se cierne sobre el estado de Guerrero. No, es el comienzo de la lucha libertaria por la que tanto han esperado. Ahora van por un trofeo mayor: la anulación de las elecciones. Se trata de comprobar que los comicios no sirven para nada. Estos grupos no mandan al diablo las instituciones, sólo las anulan por la fuerza.

En otro frente, la autoridad se anota un buen punto: aprehende al delincuente más buscado y el presidente lo celebra tanto que hasta parece que su propio gobierno se ha salvado con la captura. Ya hemos visto que ni con el Chapo en la cárcel ni con los Beltrán Leyva reducidos el delito la violencia mengua. Que La Tuta esté en la cárcel, de todos modos  es un respiro. Al menos los cuerpos de seguridad ya no van a invertir tanto en buscar al cabecilla michoacano.

Pero la tensión no desaparece. La clase política trabaja 26 horas al día pues pronto habrá elecciones, esas mismas que los radicales quieren boicotear. Es tiempo de chapulines, de alianzas, de tropiezos y traiciones. No se recuerdan comicios con tan fúnebre música de fondo.

Los protagonistas se esmeran en dicho proceso: Un muy golpeado PRI con un muy eficiente negocio llamado Partido Verde puntean, pese a todo, la intención de voto. Un muy desgastado PAN, con 12 años seguidos en el poder y con mucha de la responsabilidad de lo que pasa hoy en el país, amaga con una alianza con Los Chuchos. Morena tiene encima el morbo: por la edad de su candidato y por su reciente divorcio del PRD. La novedad, quizá, sean los partidos que se estrenan en elección federal y que buscan obtener su registro definitivo. Una oferta múltiple. Diríase, un tianguis.

Sin embargo no todo es pesimismo. Allí está la develación de la estatua de don Joaquín Gamboa Pascoe, líder mundial de la CTM, que aprovecha la ocasión para recordar al gobierno que los millones de trabajadores agrupados en esa central,  a diferencia de los maestros revoltosos, no pintarrajean los monumentos ni ofenden a la bandera. Es un ejército disponible –parece decir don Gamboa entre líneas- pero que podría no estarlo si lo molestan. Los factores de poder juegan su juego. Y la masa, aún la cetemista, siguen expectante, azorada.  

¿Las gubernaturas en juego, la nueva composición del congreso, los millones de pesos que obtienen los partidos ayudarán en algo a mejorar la difícil situación económica, política y social del país? Difícilmente.