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El rey no invitado. Los usos del pasado por Luis Pérez Cruz

Desde La Sociología columna por Luis Pérez Cruz
Dom. 29 de sep., 2024. 11:04 AM
Luis Pérez Cruz
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El rey no invitado. Los usos del pasado por Luis Pérez Cruz

En días pasados ha causado revuelo que no fue invitado el Rey Felipe VI a la toma de protesta de la Presidente mexicana, Claudia Sheinbaum Pardo, acto que tendrá lugar el próximo primero de octubre. Ante este hecho es menester realizar una serie de reflexiones.

            El Presidente Andrés Manuel López Obrador, en la mañanera de hace algunos días retomó, para apoyar sus razones de la invitación, recuperar una carta enviada a Felipe VI en 2019, la cual solicitaba una disculpa de monarca español a los pueblos originarios, la cual no fue contestada.

            Más allá de las discusiones de lo reprobable o justificable de la no invitación, consideramos necesario realizar una serie de reflexiones que tienen que ver con lo que llamamos los usos y abusos de la historia, aseguramos que no es posible que alguien en particular decida cuando es momento de reescribir nuestra historia ni con qué parámetros de referencia; por ejemplo, resulta inaceptable asumir históricamente a la cuarta transformación, consideramos que más que un proceso es un eslogan político y publicitario, comenzamos con lo siguiente:

Asegura el presidente en la carta mencionada que “A principios del año en curso se cumplió medio milenio desde la llegada de Hernán Cortés al territorio de la actual República Mexicana y en 2021 se conmemorarán los 500 años de la caída de Tenochtitlan. Asimismo, dentro de tres años México celebrará los primeros 200 años de su vida independiente. Nos encontramos, pues, en un periodo en el que resulta ineludible la reflexión ante hechos que marcaron de manera decisiva la historia de nuestras naciones y que aún generan encendidas polémicas en ambos lados del Océano.”

            Esta idea, esgrimida por López Obrador, resulta importante para contextualizar la petición de disculpas a los pueblos originarios, ello resulta justificable como discurso, pero consideramos indispensable pensar en los usos del pasado, utilizar los acontecimientos descritos para justificar las disculpas no es suficiente, sería deseable una profunda reflexión que nos permita contar con una visión equilibrada y que sustente un justo medio.

            Nos referimos a lo anterior cuando señalamos la intencionalidad de la ofensa al mismo tiempo que si, en efecto, la ofensa fue dirigida a alguien en particular; con la anterior idea y en primer lugar, en sí misma la petición es anacrónica, lo que siembra la duda de su veracidad, es más bien una interpretación con un fin específico; por lo que nos preguntamos ¿Puedo perdonar un mal que no se ha hecho directamente contra ese alguien? y ¿Existen hechos verdaderamente imperdonables?, ante la ausencia de quien cometió la falta.

            Por otra parte, lo anterior nos coloca en el dilema de quién tiene la autoridad moral de juzgar el mal; para esclarecer y precisar quién califica lo bueno y lo malo, por lo que no es un asunto estrictamente histórico, sino de carácter moral.

            Asimismo, la perspectiva asumida por el presidente nos parece propia de la historiografía liberal romántica mexicana del siglo XIX y, sobre todo, la historiografía “heroica” del siglo XX, caracterizándose por una fuerte inclinación proindigenista, descalificando y promoviendo la leyenda negra de la conquista.

            En este sentido, el discurso del presidente se orienta a la reafirmación de un nacionalismo que se originó y funcionó en un contexto determinado; a diferencia del nacionalismo defensivo, mestizofílico y proindigenista, ahora sus ingredientes se orientan hacia los pobres (herederos de los pueblos originarios), retador ante los embates de grupos internos que velan por intereses externos y reivindicatorios de la clase social que representan.

            Tampoco podemos dejar del lado toda una visión de la historia nacional sustentada en grandes próceres forjadores de la identidad nacional, representantes de los intereses supremos de la nación.

            Quizás nos encontremos en un momento de nuestra historia que nos permita profundizar en la construcción de una nueva historia, proceso iniciado en el siglo XX y cuyo elemento sustancial es deshacerse de los anecdotarios, de los próceres, de una historia llamada oficial que no contribuye al conocimiento del pasado.

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