El Día Internacional de la Mujer se ha convertido en un grito de exigencia, en una movilización que busca justicia, derechos y, sobre todo, un futuro más seguro para las mujeres.
Sin embargo, mientras en otros gobiernos municipales y estatales se garantizan espacios de expresión y diálogo, en Tlaxcala la indiferencia de algunos sigue siendo la regla, no la excepción.
Pocos, muy pocos gobiernos municipales han defendido abiertamente las manifestaciones del 8M en la entidad. En solidaridad, estas contadas autoridades han dado paso a la libre expresión de las mujeres, sin vallas u otras barreras de por medio.
Algunos otros simplemente miran hacia otro lado, como si ignorarlas las hiciera desaparecer. Otros más, con una condescendencia mal disimulada, se limitan a “tolerarlas”, pero sin un verdadero respaldo. Y hay quienes, en un alarde de autoritarismo, intentan minimizarlas o controlarlas haciendo de sus edificios verdaderas fortalezas blindadas, como si fueran un problema de orden público y no una demanda legítima por justicia.
Curiosamente, los mismos gobiernos que se enorgullecen de sus discursos sobre equidad de género suelen ser los que menos garantizan el derecho a la protesta. Dicen palabras bonitas en foros institucionales, pero cuando las mujeres salen a las calles a exigir sus derechos, prefieren no ver, no escuchar y, sobre todo, no actuar. Es como si la igualdad de género fuera una causa válida siempre y cuando no interrumpa el tráfico ni incomode a nadie.
La tolerancia hacia estos movimientos no es un acto de cortesía, es una obligación democrática. El 8M no es una fiesta, no es una efeméride más en el calendario, es un día de protesta que visibiliza la deuda histórica con las mujeres. Defender el derecho a la movilización es reconocer que la lucha sigue siendo necesaria, que la violencia, la desigualdad y la impunidad no han desaparecido por decreto ni por discursos institucionales.
El 8M incomoda, sí, y debe incomodar. Porque la verdadera transformación no viene de la comodidad, sino de la confrontación con la realidad. La pregunta es: ¿cuántos gobiernos están realmente dispuestos a escuchar?
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