Una de las prácticas políticas que más aborrecemos los mexicanos, es sin lugar a duda, la vieja -pero funcional- cabriola que algunos burros políticos implementaban con tal de tener FUERO. Y es que, luego de sus transas y demás irregularidades cometidas en nombre de su personalísimo beneficio, muchos de estos animales políticos eran capaces de todo con tal de acceder a la protección que otorgaba la Constitución.
Algunos de ellos, se ocultaban en cajuelas de autos para acceder a recintos parlamentarios y así, tratar de evitar su vinculación a proceso, otros, como el actual presidente Andrés Manuel López Obrador, resistían los embates de sucios personajes que pretendían hacer su voluntad aún en contra de la Ley.
Recién en Tlaxcala se ha publicado en el Periódico Oficial, una reforma a la Constitución local donde se plantea la extinción del fuero que se otorgaba a las autoridades que muchos han llamado de forma errónea “de primer nivel”. Es una conquista para todos aquellos que siempre hemos querido ver tras las rejas a más de uno, y no se trata de caprichos o arrebatos personales, sino de justicia.
La tranquilidad futura nos espera, luego de que se hiciera esta modificación, ninguna autoridad electa al menos hasta después de la próxima elección, vendrá sin fuero, por lo que será un ciudadano más, como debió haber ocurrido siempre.
Muy seguramente, habrá quien se desgarre las vestiduras por esta modificación en la norma, sin embargo, era urgente y necesaria. Ahora sí, muchos de los próximos “representantes del pueblo” van a sentir en carne propia lo que cualquier ciudadano experimenta. Eliminar el fuero es un avance significativo que, debe obligarnos a pensar en que las próximas modificaciones estén orientadas a retirar los choferes, los pomposos asesores, autos oficiales de lujo, telefonía celular, y demás excentricidades con cargo al erario a las que muchos están mal acostumbrados en nuestro país.
No tener fuero, puede traducirse en mejores y más trasparentes prácticas políticas, ahora, lo único que nos falta es dejar de pagar hasta el café que muchos servidores públicos disfrutan cada mañana en sus elegantes oficinas, eso sí, con cargo al contribuyente.
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