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En la época de la independencia José Miguel Guridi y Alcocer nacimiento (año de 1763)

Columna por Luis Pérez Cruz
Dom. 14 de feb., 2021. 01:27 PM
Luis Pérez Cruz
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En la época de la independencia José Miguel Guridi y Alcocer nacimiento (año de 1763)

En esta ocasión rescatamos una narración realizada por José Miguel Guridi y Alcocer, quien constituye una figura política importante durante la época de la Independencia de México, ya que desplegó toda una visión del futuro de nuestro país, realizó una lucha tenaz por la independencia de la entonces Nueva España y lo realizó bajo la perspectiva liberal, destacando, en 1810 como diputado en las Cortes de Cádiz, participó como presidente de éstas en 1812, regresa a América; para 1820 fue diputado provincial por Tlaxcala, en la ciudad de México y fue miembro de la Suprema Junta Provisional.

          Para efectos que me gustaría destacar de Guridi y Alcocer en esa entrega, la soberanía, para Guridi, recae esencialmente en la nación; es decir, en un órgano constituido y que finalmente delega esa soberanía en el Estado y/o en la representación, concepción evidente cuando asume la defensa de Tlaxcala el 14 de octubre de 1823, refiriéndose al Congreso Constituyente como Vuestra Soberanía, e incluso deja en manos de esa representación el valorar si Tlaxcala merece ser reconocida como entidad de la federación, incluso acepta respetar la decisión aunque no le parezca. Por ello, la nación merece para Guridi y Alcocer constituirse en un complejo jurídico-político y cultural, donde los individuos permanezcamos por voluntad propia y con un gobierno aceptado igualmente por voluntad propia. La ciudadanía forma parte sustancial de los anteriores conceptos, ya que la integración de la nación requiere de individuos, pero de individuos libres e iguales que estén en posibilidades de tener conciencia de lo que significa la soberanía, sobre todo cuando la suma de voluntades la hacen efectiva.

          Ahora pasemos a la reflexión que hace José Miguel Guridi sobre su origen, seremos testigos de las dificultades que tenían los recién casados y la forma en que resolvían la búsqueda de hijos, así como atenderlos en sus primeros años.

San Felipe Ixtacuiztla, pueblo situado en las cercanías de la falda de los volcanes de México, en términos de la Provincia de Tlaxcala, antes opulento y hoy casi arruinado, fue mi cuna. Mi familia era de una de las de viso de aquella comarca; pero de esto, como de lo demás, que mis gentes y los que piensan como ellas llaman timbre o blasones, jamás he hecho aprecio, y no quiero ni acordarme.

          A quien estime la nobleza adquirida sobre la heredada, le basta un nacimiento que no le embarace el giro de su carrera: tal me lo concedió el cielo. Pero me hizo otro beneficio, que no debe pasarse en silencio, y que jamás traigo a la memoria sin ternura y sin confusión al mismo tiempo, porque no he sabido corresponderlo.

          Contaban ya mis padres cerca de un año de casados, sin haber logrado el fruto del matrimonio que deseaban con ansia, y lo que es más, no se descubría señal que apoyase la esperanza de tenerlo en lo sucesivo. Esta circunstancia, desazonó al uno del otro mutuamente; casi les pesó del nudo con que se habían enlazado, y desapareció de entre ellos la paz, remplazando su lugar las desavenencias y discordias.

          Por fin, de común acuerdo, resolvieron hacer romería a un santuario distante dos leguas de su pueblo, llamado San Miguel del Milagro. Se mantuvieron en él nueve días, implorando por la intercesión del Santo Arcángel un hijo, y no se separaron de allí, sin experimentar mi madre los primeros anuncios de haber concebido. A los nueve meses me dio a luz en 26 de diciembre de 1763, a las ocho de la noche, cuando se tocaban las ánimas, para que naciere entre plegarias quien se había concebido entre súplicas.

          El suceso de mi concepción estimulaba a mi madre a que se me pusiese el nombre de Miguel; pero mi padre había resuelto de antemano poner el de José a todos sus hijos, se tomó el medio de llamarme José Miguel, añadiendo los nombres del santo de día de mi nacimiento y otros de su devoción.

          Se padeció mucho con las nodrizas o chichiguas, porque o eran malas o lo era su leche, o cuando no, era rogar a ruines el contemplarla. Por otra parte, mi madre, por su constitución endeble, no podía criarme a juicio de los facultativos, y como desde los principios resolvió no hacerlo, no me daba de mamar, con lo que en breve se le secó la leche, entruchándola la necesidad a alimentarme con leche de vacas, cuando absolutamente faltó chichigua, que fue la mayor parte de mi lactancia.

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