En los últimos años hemos sido testigos de una diversidad de acontecimientos que confrontan, básicamente, al Presidente de México con grupos de científicos, universidades públicas y a docentes, sobre todo de nivel superior.
En los últimos días, nuevamente AMLO hace una crítica agria hacia el papel de la universidad pública y, en particular de la UNAM, ello nos ha llevado a reflexionar sobre el papel y la responsabilidad social de la universidad en nuestro país; consideramos innegable la gran contribución hecha por las universidades durante la mayor parte del siglo XX.
Esto que se vive hoy en el ambiente académico y de investigación nos remonta a una época de la definición política y económica del México, periodo que abarca desde la promulgación de la Constitución de 1917 hasta 1940.
En dicho periodo se funda la Secretaría de Educación Pública, se impulsa, sobre todo en el sexenio de Lázaro Cárdenas, la educación con una clara influencia marxista, tan en boga en Europa, y la disputa por la Universidad Nacional, inscrita en la lucha por la autonomía y la disputa entre el dogmatismo marxista de Lombardo Toledano y la libertad de cátedra de Antonio Caso.
No cabe duda que el ambiente de la época fue de efervescencia y la educación fue uno de los puntos nodales de las discusiones, así como sus fines y orientación. En este contexto surge el pensamiento del filósofo mexicano Samuel Ramos, autor de la obra El perfil del hombre y la cultura en México e Historia de la Filosofía en México, entre otras. Ramos estaba plenamente seguro del papel determinante de los intelectuales en la definición de la Revolución Mexicana, su misión la puntualiza como la moralización de nuestro país, idea definida plenamente en El perfil del hombre y la cultura en México. El eje que lograría esta magna empresa sería la educación; demostrado con los precursores del Ateneo, además de la influencia de José Vasconcelos y Antonio Caso.
De la promulgación de la Constitución en 1917 y hasta la salida de Vasconcelos de la Secretaría de Educación en 1924, los intelectuales creen que están cimentando, por primera vez en la historia de México, el rumbo que debe tomar el país. Paulatinamente sobreviene el desencanto, reafirmándose cuando Vasconcelos pierde la elección de 1929 y se exilia.
Hacia finales de la década de 1920, Ramos piensa que la labor intelectual fue heroica; el equívoco en que incurrieron los intelectuales fue pensar la salvación de México como la integración a la cultura occidental, además de concebirla, como en el caso de Vasconcelos, como un proyecto de consolidación de la mestizofilia.
La crítica de Samuel Ramos hacia los gobiernos autonombrados de la Revolución es muy específica en la cuestión educativa, pero si consideramos que el objetivo declarado de los intelectuales fue la moralización de México a través de la cultura y la educación a todas las clases sociales, para ello había que concebir al país como una totalidad; la educación constituiría el hilo conductor que tocaría la vida nacional en general, marcando su destino.
Las luchas internas, la muerte de la mayoría de los lideres revolucionarios y la llegada al poder de personajes obscuros y sin presencia intelectual y política, provocó en filósofos como Ramos una frustración. Asimismo, todo ello suponía cuestionarnos si estábamos haciendo lo necesario para salir de la ignorancia y la pobreza. Agregando en “Veinte años de educación en México” que “no debemos ya resolver nuestros problemas de cultura y educación a ciegas, porque sería imperdonable reincidir en los mismos errores. Demos una prueba de madurez de pensamiento reconociendo honradamente nuestros fracasos y convirtámoslos en norma de lo que no debemos hacer. De ello depende la salvación de México”.
En estos momentos y tomando las lecciones del pasado, precisamos reflexionar a fondo nuestros grandes problemas, los dimes y diretes no van a cesar, pero es necesario ser profundamente autocríticos y plantearnos soluciones inspiradas en el bien de México.
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