Para esta entrega vamos a recuperar un documento de Manuel Abad y Queipo, buen amigo de Miguel Hidalgo, quien al inicio de la rebelión de septiembre de 1810, condenó vehementemente las ideas y el proceder del cura de Dolores, aunque coincidía con su análisis de la situación vivida por la población originaria y las castas, incluso vislumbraba que el panorama político, a mediano plazo, podría convertirse en un desastre para la Nueva España, poniendo en riesgo la paz y el dominio español; Abad y Queipo, algunos años antes del convulsivo 1810, propuso, entre otras medidas, las siguientes: “la abolición general de tributos a los indios y castas, y de la calidad de infames de derecho que afectaba a los miembros de ellas, lo que los condenaba a un trato de inferiores; una reforma agraria que implicaba la distribución gratuita de todas las tierras realengas entre indios y castas; una ley agraria que otorgara al pueblo una equivalencia de propiedad en las tierras incultas de los grandes propietarios, por medio de locaciones de 20 y 30 años, en que no se pagaran alcabalas ni pensión alguna, y el establecimiento de la libertad en el comercio, con la abrogación de las medidas mercantilistas y proteccionistas que impedían el desarrollo comercial de Nueva España.”
No cabe duda que Abad y Queipo, Obispo electo y Gobernador del obispado de Michoacán, proponía medidas muy propias del naciente liberalismo económico europeo, pero se distanció del procedimiento de Hidalgo, donde la violencia fue el vehículo para resolver los problemas; mientras el Obispo de Michoacán tenía en mente mantener la monarquía, pero quizás con una especie de monarquía parlamentaria, para estar en posibilidades de hacer prosperar las medidas liberales formuladas líneas arriba.
Por su parte, Hidalgo tuvo dos grandes momentos en ese corto periodo, entre septiembre de 1810 a julio de 1811; en primer lugar, tenía la idea de guardar la Corona a Fernando VII, arrebatada por los “herejes franceses”, con ello pretendía restablecer el sistema monárquico, unos meses después cambia paulatinamente y su perspectiva transita hacia el radicalismo independentista, quizás influido por las noticias llegadas tanto de Francia como de las 13 colonias norteamericanas, así como su convivencia con los integrantes de su ejército.
El Obispo Manuel Abad asume una postura irreconciliable con Miguel Hidalgo y sus ataques no van a cesar hasta su fusilamiento en julio de 1811, aquí mostramos un fragmento que, pese a su postura liberal, está decidido a contribuir en la derrota de los insurgentes, lo que nos muestra la gran variedad de posturas frente a la realidad que les tocó vivir, de ninguna forma es la lucha entre insurgentes y realistas, entre buenos y malos, entre liberales y monarquistas.
Por otra parte, vemos también una lucha y desprecio entre indígenas, así como de las castas, ya que la diferenciación étnica y racial, nos lleva a justificar la existencia de desigualdades socio económicas, que todavía hasta nuestros días desafortunadamente seguimos observando.
Pasemos a conocer parte del pensamiento de Manuel Abad y Queipo:
Edicto del 8 de octubre de 1810
<Don Manuel Abad y Queipo, canónigo penitenciario de esta Santa Iglesia, Obispo electo y Gobernador de este obispado de Michoacán: a todos sus habitantes paz y salud en Nuestro Señor Jesucristo:
Deseando establecer una regla para el gobierno del clero secular y regular en el desorden y confusión que ha causado ya la insurrección promovida por el cura Hidalgo y sus secuaces, a fin de tranquilizar las conciencias en alguna parte, separar de algún modo los males que se han padecido y padecen, y admiten algún reparo, y detener en lo posible el espantoso cúmulo de aquellos que nos amenazan, imploré las luces de la sabiduría, prudencia y caridad que son propias y caracterizan al Ilmo. y venerable Señor Presidente y Cabildo de esta mi Santa Iglesia: y en cabildo pleno celebrado el 6 del corriente, acordó exponerme su consejo y parecer en los términos que se contiene en el oficio de la misma fecha, que tengo á la vista con otros antecedentes del asunto. Y abrazando tan sabio, prudente y justo consejo; y teniendo en consideración todo lo que he podido comprender, que puede ser útil y conducente á los indicados fines, declaro, ordeno y mando lo siguiente:
En primer lugar, reiterando las declaraciones que se contienen en mis edictos de 24 y 30 de Septiembre último, declaro de nuevo en éste que el proyecto de sublevación que ha promovido y promueve el cura Hidalgo y sus secuaces es por su naturaleza, por sus causas, por sus fines y por sus efectos en el conjunto y en cada una de sus partes, notoriamente inicuo, injusto y violento, reprobado por la ley natural, por la Ley santa de Dios, y por las leyes del Reino, como demostré en los citados edictos. Que en cuanto ha perturbado y perturba el gobierno y orden público y ha puesto en insurrección la masa general del pueblo de un considerable distrito é intenta poner la de toda la Nueva España en el mismo estado de insurrección, (suceso que si tiene efecto, lo que Dios no permita, debe ser causa eficiente, necesaria de la devastación del reino y de la ruina de sus habitantes), en este concepto constituye el crimen más horrendo y más nocivo que puede cometer un individuo contra la sociedad á que pertenece. Que en cuanto el cura Hidalgo y sus secuaces intentan persuadir y persuaden á los indios que son dueños y señores de la tierra, de la cual despojaron los españoles por conquista y que por el mismo medio ellos la restituirán á los mismos indios; en esta parte (de que yo no tenía noticia de cuando formé los dos referidos edictos y de cuya verdadera existencia estoy ahora bien informado), en esta parte, repito, el cura Hidalgo constituye una causa particular de guerra civil, de anarquía y de destrucción, asimismo eficiente y necesaria entre los indios, castas y españoles, que componen todos los hijos del país.
¡Insensatos! ¡Frenéticos! ¡Enemigos de la patria, cuyas entrañas estáis despedazando y queréis reducir a cenizas! ¿Qué debe seguirse de vuestro sistema? Suponed desterrados ó exterminados los europeos. Considerad la Nueva España poblada solamente de los hijos que ha producido, indios, castas y españoles ¿Quiénes son actualmente los pobladores y poseedores de las tierras; y quiénes lo serán en aquella hipótesis? Los poseedores actuales de los dos tercios de las tierras de la parte de Nueva España que está poblada son los españoles. Pero ¿Qué españoles? los españoles americanos ya como dueños verdaderos ó como presuntivos en calidad de hijos legítimos de sus padres que las han adquirido y les pertenecen por su industria ó las de sus ascendientes. Una porción pequeña de estos dos tercios pertenece a los europeos célibes ó que no tienen descendencia. El otro tercio pertenece á los indios por comunidad: y á los indios y á las castas por adquisición individual. Pero en la referida hipótesis la porción de los europeos vendría a recaer en las demás clases, quedando en la mayor parte en los españoles americanos, como que tienen mayor facultad para adquirir.
¿Y qué debe resultar de este estado? que los indios, señores naturales de todas las tierras, según el sistema de Hidalgo, no poseyendo ahora, ni debiendo poseer entonces sino una porción muy pequeña, que apenas comprendía la sexta parte, se contemplaran despojados inicuamente de todo lo demás. Y constituidos en estado de indigencia, idiotismo y prevención odiosa contra las castas y los españoles (en cuyas circunstancias la idea del agravio verdadero ó presuntivo, inflama en el corazón de los hombres el furor de la venganza), ¿con qué ojos verán los indios á los usurpadores de sus bienes? ¿Con qué ímpetu, con qué violencia iracunda y obstinada acometerán á sus opresores talando e incendiando sus haciendas y sus casas? ¡Infelices! ¿y cuál será el resultado? Unidos los españoles y las castas, poniendo en juego sus talentos y superiores recursos, después de destruirse y arruinarse recíprocamente una gran porción de los dos partidos debe sucumbir y quedar oprimida ó tal vez exterminada la clase miserable de los indios. Sí, este resultado es indispensable, á no ser que el cura Hidalgo, obrando en consecuencia, se constituya su soberano, declare desde luego la guerra a sus hermanos y sus parientes, á toda la clase española y á las castas. La indiferencia que noto en una gran parte del país sobre los dos referidos peligros tan graves y tan inminentes es para mí un misterio inconcebible…
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