Una de las fiestas con mayor tradición y arraigo en Tlaxcala, además del festejo a los muertos, es el carnaval. La gente se apasiona por bailar o ser uno de los miles espectadores que se divierten y gozan en los diferentes municipios del estado y en la propia capital. Es posible que la empatía de la gente con el carnaval se deba al antecedente histórico-cultural que lo respalda, es decir, un festejo donde hay baile, alegría y desinhibición. Los campesinos que lo iniciaron, muchos de ellos peones acasillados, mostraron ironía, burla y sarcasmo a través de la imitación de los bailes ejecutados en sus grandes tertulias de sus explotadores: los hacendados. O tal vez, simplemente mostraron su frustración y rechazo a sus desfavorables condiciones laborales y de vida.
Al paso del tiempo, el carnaval ha ido tomando gran relevancia entre la población tanto rural como urbana, siempre bajo el control del Estado. Cuidando no exista desorden y actuando bajo la justificación de mantener la seguridad de la población en general. Un ejemplo de ese cuidado fue cuando el conde de San Román, gobernador de la provincia de Tlaxcala en el año de 1699 visualizó actos de anarquía, prohibiendo la realización del festejo. Lo que demuestra que el carnaval siempre ha sido controlado por la autoridad en turno. Por lo tanto, si se quiere entender al carnaval como una trasgresión social en sus inicios y hasta la fecha, ésta tendría que ser como lo dice el semiótico Umberto Eco: “una transgresión autorizada”.
En este año 2021 y después de convivir (más bien sufrir) un año con la pandemia, la autoridad estatal determinó y ordenó suspender el carnaval en todos los municipios (60), con el fin de evitar la concentración de espectadores y así, romper con el contagio y propagación del coronavirus. Sin embargo, en algunos municipios lo están realizando ¿será capricho, falta de autoridad o es una actividad cultural tan arraigada en las personas que la anteponen a su salud?
Si se quiere entender al carnaval como una trasgresión social e incluso religiosa (en algunas comunidades y/o municipios piden permiso y posteriormente perdón en su iglesia por los desmanes que pudiesen realizar durante el carnaval) los participantes, en este caso los huehues (viejos en lengua náhuatl) realizan la transgresión en el momento de colocarse una máscara, esto les permite asumir una actitud diferente a su manera de conducirse cotidianamente. Es decir, la máscara les permite “ser otros”, los desinhibe y, además, los justifica y protege. Según Umberto Eco: “al asumir una máscara, todos pueden comportarse como los personajes animalescos de la comedia. Podemos cometer cualquier pecado y permanecer inocentes: y, de hecho, somos inocentes, dado que nos reímos”. Es decir, la máscara permite realizar cosas que sin ella difícilmente se realizarían.
Sin embargo, ante la amenaza del contagio del SARS-CoV-2 en concentraciones multitudinarias como es común en el carnaval, la congruencia a favor de la salud se impone y aunque los dirigentes e integrantes de las camadas aseguren el respeto al cien por ciento de las normas sanitarias, su actitud arbitraria y poco consciente ha sido muy observable. Aunque también varia gente ha caído en la tentación de acudir a observar las danzas al escuchar la música, otros más, han realizado críticas severas a tal acción.
¿La autoridad debería ejercer coacción ante tal actitud? La respuesta inmediata sería: sí. Empero, se presentan factores sociales, económicos y políticos que limita a la autoridad. Sin entrar a detalle por cuestión de espacio señalo: socialmente, son familiares, compadres, vecinos, etc.; económicos, pagos de servicios, cooperaciones para eventos, etc.; políticos, las próximas elecciones conllevan a una concesión para lograr apoyo al partido que ostenta el poder o lo contrario, los votos pudiesen ser en contra. Por lo tanto, la autoridad simplemente se deslinda señalando que lo hacen bajo su propia responsabilidad a pesar de las indicaciones y recomendaciones emitidas. En otras palabras, los intereses se anteponen.
En los remates de carnaval en ciertas comunidades y/o municipios, el reclamo a la autoridad, comerciantes, industriales y demás personas que han logrado acaparar capitales mediante acciones no tan claras ni honestas, desde la óptica de la población, son expuestos a la crítica y reclamo social a través de los disfraces, pancartas y lectura de todas sus supuestas fechorías. Todo ello, bajo el amparo de la máscara, ya que ésta les permite despojarse de prejuicios y actitudes de sometimiento.
La máscara, independientemente de ser un trabajo artístico artesanal ya sea de madera, baquelita, cartón, tela u otro material diverso, ha logrado desde los primeros inicios del carnaval en Tlaxcala hasta la fecha, convertirse en un elemento simbólico. Con ella, quienes la portan los vuelve admirados, reconocidos, valorados y, sobre todo, protagonistas de un evento cultural que a través de los años ha logrado una identidad y empatía entre la sociedad tlaxcalteca. Es decir, la máscara al huehue le crea una gran seguridad personal y social, incluso, en estos momentos de pandemia lo lleva a desafiar a un virus mortal o ¿usted qué opina?
Te podría interesar...