Estamos iniciando un año bastante complejo a nivel estatal, nacional e incluso mundial. La pandemia rompió además de nuestra cotidianidad, un sinnúmero de actividades económicas, políticas, sociales y culturales, mismas que nos están creando severos problemas de toda índole, desde los económicos, sociales, sicológicos, hasta políticos y los que usted más pueda señalar. Los fallecimientos de familiares, amigos, vecinos y compañeros han sido frecuentes y leer esquelas en periódicos o redes sociales se está haciendo común.
Desgraciadamente a pesar de la pandemia existen actividades que difícilmente se pueden detener, una de ellas es la económica; pero otras si, ejemplo las elecciones programadas para el 6 de junio del 2021. Sin embargo, al parecer a las instituciones responsables de su coordinación les gana la “legalitis”. Es decir, se sujetan a lo establecido por la ley, olvidándose de las experiencias de salud y el derecho a la vida. En otras palabras, pierden el sentido común llegando incluso a la deshumanización.
El INE y el IET ya expusieron su postura de efectuar las elecciones conforme a los plazos establecidos por la ley: registro de candidatos, campañas, etc., hasta llegar a la fecha de elecciones. Sin embargo, varios precandidatos han sucumbido ante la pandemia y otros más la están padeciendo. Pero no únicamente ellos, también integrantes de su equipo y personas que asisten de buena fe a las reuniones de proselitismo. ¿No valdrá la pena flexibilizar la ley y transferir todo el proceso electoral por lo menos varios meses, cuando ya se hayan vacunado un porcentaje mayoritario de la población?
Empero, tal parece que quienes organizan las elecciones (INE e IET) y los aspirantes a un cargo de elección popular, ya sea para un curul en el poder legislativo federal o estatal, gubernatura, presidencia municipal o presidencia de comunidad, pretenden ser tan “institucionales” que no les importa el bien común; aunque en su discurso sea uno de los puntos referentes para convencer al electorado de que voten por ellos. Sus peroratas se oponen a su accionar político cotidiano.
Sin duda, las elecciones programadas con o sin pandemia serán complicadas y difíciles para quienes pretenden obtener el triunfo. Serán difíciles por la presencia y secuelas de la pandemia que dejarán muy minada a la población, tanto en su salud como en lo económico y si a ello le agregamos el desgaste que han tenido los partidos políticos (no lo digo yo, sino la vox populi) simplemente no les creen a los partidos ni a sus candidatos. Tal situación no es únicamente con los llamados partidos grandes, sino también los pequeños. Estos últimos sustentan su creación con el fin de “cambiar al país” aunque más bien denotan una buena forma de vivir del erario público.
Algunos partidos políticos con sus peleas internas, demuestran que los ideales y buenos propósitos se reducen simplemente a mantener el poder. Por su parte las alianzas son tan sorprendentes que, aunque traten de maquillarlas mediante el discurso de la pluralidad, democracia y conjunción de ideas, es muy observable la manera de como olvidan sus estatutos y principios teóricos cada uno de los partidos que las integran. Exponen sin cautela, su interés de lograr el poder por el poder mismo.
La existencia de los partidos y las coaliciones que se hagan siempre se ampararán o justificarán bajo el concepto de la pluralidad y democracia. Conceptos utilizados por Maximilien Robespierre y Georges-Jacques Danton para lograr el triunfo de la Revolución Francesa en 1789 y derrocar a la Monarquía, representada para ese momento por el rey Luis XVI. Con el fin de instituir una república bajo los principios de: libertad, igualdad y fraternidad.
Sin embargo, la democracia ha sido relativa y la pluralidad más, es decir, ambos conceptos los hemos practicado de una manera equivocada. Lo que se puede entender de ellos, según Maurice Duverger con quien coincido: “La verdadera democracia es otra cosa: más humilde, pero más real. Se define, en primer lugar, por la libertad ‘para el pueblo y para cada porción del pueblo’, como decían los constituyentes de 1973. No sólo la libertad de los privilegiados por el nacimiento, la fortuna, la función, la educación: sino la libertad real de todos, lo que supone cierto nivel de vida, cierta instrucción general, cierta igualdad social, cierto equilibrio político”. Desgraciadamente, los partidos políticos que han respaldado a los gobernantes en los últimos años bajo los conceptos de democracia, libertad, fraternidad y pluralidad, fueron utilizados para permitir una gran distancia social y económica entre unos pocos y la mayoría de la población. Es decir, los principios de la Revolución Francesa que han servido de modelo a muchos países, México entre ellos, simplemente los han utilizado para justificar ese distanciamiento y beneficio para unos cuantos. “La fortuna de 12 mexicanos destaca dentro de la lista de los más ricos del mundo” (Milenio 08-04-20).
Si bien es cierto los partidos políticos han perdido su credibilidad social, hasta este momento no se han creado otros medios para sustituirlos. Las candidaturas independientes no han tenido la fuerza suficiente para ser una alternativa viable, quienes le han apostado a esa forma de candidatura, muestran una velada pertenencia e historial a favor de un partido, lo que le da pauta a la sociedad darse cuenta del fingimiento. Una posibilidad que aún es utopía.
En conclusión, los partidos y sus alianzas tendrán que enfrentar dos aspectos principales para lograr sus objetivos: Primero, lograr el interés y la confianza de los ciudadanos a favor de sus respectivos candidatos y segundo más importante, evitar que la ciudadanía votante, aspirantes a un cargo público y todas las personas cercanas a ellos, no caigan ante el despreciable Coronavirus SARS-Cov2 para poder llegar sanos y salvos a las elecciones del 6 de junio. Ante ello insisto, ¿no será mejor transferir las elecciones? o ¿usted qué opina?
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